TERTULIA LITERARIA C.C ESGUEVA
Mirar fotografías de antes te transporta a otros tiempos, detrás de todas ellas siempre hay una historia. Esa es la excusa de Julio Llamazares en su obra: Escenas de cine mudo; cada uno de sus capítulos se conforma con la captura de una de las imágenes almacenadas en la caja metálica de su madre. Leer la historia de la primera vez que vio el mar ha ayudado a los participantes en los grupos de Memoria y Habilidades Cognitivas a revivir algunos de sus recuerdos por escrito.
Aquí os dejamos las que hemos escrito Julia, Luisa y Puri. Esperamos que disfrutéis con ellas tanto como nosotras hemos disfrutado al escribirlas.
¡Animaos a compartir algún comentario! Gracias
CANCIÓN DE NAVIDAD
"Campanitas que suenan, Navidad cantas alegremente, tengo dulces recuerdos, del bendito hogar donde me criaste"
Con esta canción evoco las navidades de mi infancia, donde un trozo de turrón me duró desde nochebuena hasta el día de reyes.Y que duro estaba, pero como lo saboreé!
En algún momento de mi vida me gustaría ser esa niña que fuera feliz con lo poco o lo mucho que tuviera, pero lo más importante, ¡estuvimos todos ahí! Vi a mis padres felices, ella dando importancia a esos manjares sencillos, que eran diferentes a los demás días del año. Riéndose de él con sus hijos sentados alrededor de la mesa, donde no faltaba la botella de coñac y anís; con este último y una cuchara nos acompañaba mi madre y cantábamos villancicos. Cuando nos dimos cuenta, rápidamente nos pusimos los abrigos y nos fuimos todos a Misa del Gallo donde nos reunimos con vecinos y amigos. Salimos felices, la misa había sido diferente, hermosa, daba la sensación de que el mal no existía, había paz y alegría.
Al día siguiente, el despertador era la voz de la madre cantando: "La Navidad que con dulce canto la celebran las almas que saben amar". Al mismo tiempo olíamos el chocolate del desayuno, ¡qué rico! ¡Y qué rica estaba la comida!, esas alubias blancas con chirlas y el capón guisado, que había sido cuidado con esmero. También las castañas cocidas con anís que perfumaban todo el hogar. En la tarde en casa de mi abuelo, ¡qué diversión con los tíos y primos!, cantaban, reían, hasta los más pequeños hacían lo que sabían: llorar, sus lágrimas se perdían en risas.
Se acercaba la Nochevieja y se abrían otras botellas que habían sido celosamente guardadas en la bodega; estaba brindando con parientes por el Año Nuevo.
¡Ay, la noche mágica venía para nosotros! Madre dijo: "Vete a la cama pronto hoy. ¿Pero quién estaba durmiendo? Esas emociones que sentimos no nos abandonaron". ¡Llegaban los Reyes! Miramos dentro de los zapatos que brillaban como nunca y temprano, se escuchó a mi tía Alejandra con las pesetas rubias ondeando en sus manos y todos bajamos corriendo las escaleras. Llegó con los regalos que los Reyes Magos habían dejado en su casa.
El primer juguete que recuerdo es una pequeña mecedora con su muñeca, estaba hecha de metal y de colores llamativos. Hubo más navidades y juguetes: el muñeco de cartón, el saltador, un rompecabezas, la costurera, cuentos y la anguila, ¡qué nervios al abrirlo para ver su contenido! Siempre había algunas monedas entre las golosinas, y mi madre decía: "Seguramente los Reyes Magos lo han dejado para comprarte ropa".
Salimos del pueblo y aunque estábamos solos, la Navidad seguía siendo una alegría.
En 1991 fui a casa de mis padres a felicitarlos por las fiestas, besé a mi madre, y ella puso su cabeza en mi hombro y dijo: "Hija, ¿por qué estoy perdiendo la fuerza?" Las lágrimas corrían por mis mejillas, ella no podía verlas, su enfermedad la había cegado. Lo más doloroso fue que sabía que nos dejaría pronto. Ese día algo se rompió dentro de mí.
Pasaron años antes de que pudieran escuchar la canción de Navidad.
Julia Álvarez
RECUERDOS
Soy Luisa. Nacido en la tierra de Campos, en un pueblo de la Sierra de Torozos, llamado Castromonte.
Recuerdo mi infancia con alegría, con la forma de vida que nos trajeron aquellos años de posguerra. Empezamos el kínder a los cuatro años, y la única herramienta que teníamos era un pizarrón y una pizarra, y una enciclopedia que nos duró hasta los catorce años. Era una sola clase, con todos los niños del pueblo, no había distinción de edad ni condición. Después de clase salíamos a jugar, cada temporada tenía su juego típico: el pardo, las tabas, los bolos, la soga, y después de los juegos hacíamos la tarea y la escritura.
A los 14 años empecé a ir al campo a recoger verduras y correr. Salimos a las cuatro de la mañana y volvimos a la una de la tarde, ya con el calor del verano. Lo vivíamos como una actividad más, no como un trabajo, aunque estábamos contentos porque nos pagaban nuestro primer sueldo, y lo hacíamos con alegría, íbamos y veníamos cantando.
Salí de la ciudad por primera vez a los 18 años en Bilbao y me impresionó el mar. Regresé a San Sebastián a los 20 años, me quedé cinco meses y vi la gran ciudad que era.
Cuando regresé a mi pueblo, conseguí un novio de un pueblo vecino. Nos casamos y emigramos, como la mayoría lo hizo en Valladolid buscando trabajo y comenzando una nueva vida. Aquí nacieron mis dos hijas, hemos vivido una vida y hemos envejecido.
Nunca perdimos el arraigo con la gente, heredé la casa de mis padres, así que hasta ahora seguimos yendo y compartiendo con hijos y nietos, muy felices.
Luisa Sanabria
HISTORIA DE UN RECUERDO
Estando en el internado, alguna que otra vez salíamos de marcha de montañeros, íbamos cantando varias patrullas, aún recuerdo los cantos: Se van los montañeros, se van se van, se van se van… hasta llegar a lo más alto de la montaña, allí clavábamos nuestro estandarte con la imagen de María nuestra Madre.
Pero ese verano sin ir de vacaciones a casa con los nuestros, por estar lejos; decidimos ir a pasar el día fuera de la ciudad, a un pueblo pequeño a veintitrés Km. de Zamora llamado Manzanal del Barco al que había que ir en tren; una monja era de allí y nos animó, así vería a sus padres ya mayores.
Éramos seis y la monja, con una mochila cada una con la comida a la espalda todas muy contentas, admirando desde el tren, el paisaje del buen día de verano que nos hacía.
De pronto se oye: ¡Es aquí! ¡Es aquí! Yo estaba cerca de la puerta de salida, así que bajé del tren… pero enseguida siguió, no dio tiempo a bajar a nadie más, era un apeadero, yo SOLA en esos momentos….corrí, corrí… al lado del tren a ver si podía alcanzarlo pero me di cuenta que era imposible, me paré y con lágrimas en los ojos pensé: ¿Qué hacer en ese paraje desconocido y yo sola con las tortillas… iré siguiendo las vías hasta la próxima estación. Acaba de pasar el tren y…. ¡Oh sorpresa! por el otro lado había bajado Caty, nos abrazamos con ALEGRÍA INDESCRIPTIBLE. ¡Alabado sea Dios¡ pues éramos dos.
Acordamos seguir por las vías del tren adelante, al cabo de media hora oímos ruido en las vías era el tren que volvía, al pasar por delante de nosotras vemos por las ventanillas que vienen las compañeras… así que vuelta para el pueblo.
Nos encontramos en el apeadero todas juntas, allí estaba el padre de la monja con un burro esperándonos, fuimos al pueblo que tenía unos paisajes y acantilados muy bonitos cerca del Rio Esla. Fuimos a la casa, era muy modesta y sencilla, comimos alrededor de una mesa camilla, luego nos enseñó el pueblo, la Iglesia, una pequeña ermita…hasta que llegó la hora de emprender viaje de vuelta al tren. Fue hace años pero en mi mente… lo recordaré siempre.
Puri Bombín. enero de 2022.
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